Vladimir Horowitz
Solo daba conciertos a las cuatro de la tarde, no actuaba en lugares que estuvieran muy por encima del nivel del mar, no tocaba en salas con menos de 1.800 espectadores, y revisaba cada centímetro del escenario para decidir dónde sonaba mejor el piano, a tal punto que en el Carnegie Hall había una marca en el suelo con el sitio donde poner el instrumento.
Tenía sus manías, pero era el dios del piano, uno de los grandes pianistas del siglo XX.
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