Sor Juana Inés de la Cruz
«Hombres necios…»
“Hombres necios que acusáis
a la mujer sin razón,
sin ver que sois la ocasión
de lo mismo que culpáis:
si con ansia sin igual
solicitáis su desdén,
¿por qué queréis que obren bien
si las incitáis al mal?”
Esta es una de las redondillas más conocidas de Juana Inés de Asbaje y Ramírez, el nombre por el que nadie conoce a Sor Juana Inés de la Cruz, la más grande escritora del nuevo mundo del Siglo de Oro. Y es que lo barroco -la moda de la época- no puede tapar su obra única, esa que le llevó a enfrentar el pensamiento de su tiempo porque no era bien vista una mujer que mostrara tanto afán de conocimiento. No importaba que fuera un prodigio que a los tres años sabía leer y escribir, ni que fuera apadrinada por marqueses de la corte virreinal, no. Lo que veían era una mujer de sospechosa vocación religiosa que prefirió el convento de la Orden de San Jerónimo al matrimonio para que ninguna ocupación estorbara sus estudios y su libertad intelectual. ¡Y vaya que lo logró! Su celda se volvió vividero de poetas y eruditos que hablaban de Góngora y Quevedo, y una gran biblioteca con obras musicales, poesía, teatro y hasta experimentos científicos.
Pero casi todo aquello se perdió. Por fortuna nos quedó la “Respuesta a Sor Filotea de la Cruz”. Esa “Filotea” no era sino el seudónimo del obispo de Puebla que en su “Carta de Sor Filotea de la Cruz” le recomendaba, palabras más, palabras menos, que se dejara de teologías, un asunto de machos, y que se comportara como lo que era: mujer sumisa y monjita piadosa. Lo que le dice al obispo en su Respuesta, muestra cómo era ella. Pero la crítica del prelado de Puebla fue una puñalada trapera: al poco tiempo Sor Juana vendió su biblioteca y se desprendió de todo para consagrarse a la religión con tanta devoción que se le fue la vida ayudando a una de sus compañeras en la peste de cólera que cayó sobre México en el año 1965.
Perdimos a Sor Juana, pero ganamos un obispo con tres golpes de pecho.
Amén.