Marco Aurelio, el emperador sabio.
Marco Aurelio, el de las meditaciones
(Marcus Annius Verus; Roma, 121 – Viena, 181)
Este emperador que venía de la rama española de Roma debió ser un niño precoz porque el gran Adriano quedó tan impresionado por su inteligencia que le ordenó a Antonino Pío que lo adoptara. Y esto hubiera pasado desapercibido si el tal Antonino no hubiera sido emperador, no hubiera tenido una hija que sería la esposa de Marco Aurelio y no hubiera colgado los tenis dejándole el trono en el año 161 a su yerno que a estas alturas ya estaba tocado por la filosofía estoica de Epicteto. Menos mal, porque sin el temperamento estoico no hubiera aguantado ni un lustro la turbulenta época de su reinado plagado de ataques bárbaros, revueltas populares, guerras, calamidades y una peste de padre y señor mío que terminó con su estoica vida.
El imperio quedó en manos de su hijo Cómodo, del cual mejor ni hablemos porque dicen que fue el peor gobernante de Roma y mira que allí estuvieron Nerón, Calígula y otras joyitas de este tenor.

La Plaza Colonna, en la Vía del Corso de Roma, recibe su nombre por la Columna de Marco Aurelio,que está allí desde el año 193.
Las Meditaciones de Marco Aurelio
Pero lo que nos tiene hablando hoy de Marco Aurelio no es su catadura de emperador sino el talante de su pensamiento que al final de su vida dejó plasmado en las “Meditaciones”, una obra en doce libros donde reflexiona sobre su experiencia en la vida cotidiana y donde muestra su visión del hombre que, como todo estoico que se respete, lo ve gobernado por sus pasiones, el motor principal de la corrupción del mundo.